Entremezclados los azafranes
no puedo ser otra cosa
que un pollo nadando en tu arroz
arremolinado de cucharadas
en tu boca de dulces papilas
para degustarme
mordiéndome
y chupándome
hasta dejar bien limpios los huesitos
y más que eso
abalanzarse sobre la olla
dejarla brillosa a lengüetazos
y ya asquerosos del metal
hacerte masajes con detergente
y verte partir en una pompa de jabón
y perderte para siempre
acurrucada en el piso
repasada con el trapo
escurrida en la alcantarilla
agujereada en el balde
y al fin después de tanto uso
terminada en una bolsa de residuos.
Y el queso rayado, testigo de tamaña travesía, murió de celosía.