Soy arena con temor al escarabajo ganchudo, de esos que te agarraban los dedos de los pies cuando eras chico pero que nunca nunca llegaron a morderte.
Soy las huellas y los restos de la sombrilla entre bloques de cemento allá en el puerto el espigón largo de Mar del Plata.
Cuando había tormenta y llegabas hasta la punta era terrible que el viento te llevara pero las piedras gastadas y rugosas que te lastimaban los pies si te olvidabas las ojotas servían en esos momentos para agarrarse fuerte.
Cuando el agua bajaba parecía el extremo de un navío inmóvil que se metía en las profundidades del mar el espigón entero se hundía y había que sentarse para no ser tragado por las olas.
Después venían las paredes azules que parecían montañas y arriba de todo se volaba la espuma como un rizo blanco que se perdía y aparecía por alguna magia pegado en el agujero de una piedra temblando de miedo las olas golpeaban y te caía una lluvia que era una mezcla de sal y arena.
Después volver era fácil y no había que preocuparse de no tener ojotas porque el viento era tan fuerte que te hacía volar sobre los bloques y las piedras y dabas saltos kilométricos hasta la arena.
La tía estaba allí con la sombrilla plegada un pañuelo en la cabeza la heladera portátil en la mano y había que caminar hasta la parada de colectivo con el barrenador de telgopor y el equipo de mate a cuestas.
Eran cuadras y cuadras de colas de gentes esperando y se volvían a abrir las sombrillas y llovía todo el viaje algunos caminaban muy mojados con surcos de agua entre la arena pegada al cuerpo.
Quizás esos eran felices como yo cuando estaba en la punta del espigón, pero los veía desde la ventana cerrada del ómnibus y no sabía que tenían frío entonces pensaba en el escarabajo ganchudo solo y sin pies en donde enganchar para que no se lo lleve el viento.
Típico día de verano en la ciudad (ex. ciudad de Mateico (que se quede donde está!!!))