Es apresurado, momentáneo, elíptico, es así cuando aparece, aunque siempre está, llevamos años conviviendo una vida de escondrijos, escribimos libros que nos dedicamos unos a otros sin dedicatoria, escuchamos nuestros pasos, pensamos efervescencias desvanecidas, ideas gaseosas que como todo gas se pierde, pero no se pierde, el incauto que respira cerca nuestro las toma y de golpe se encuentra rompiendo el huevo frito por el lado más duro, durmiendo con ensaladeras, germinando porotos en el calefón o creciendo fermentos en carcasas de celulares viejos.
Vieron, él no sabía que tenía una colección de celulares muertos en el baño, pero estaba allí, colocada por el anterior inquilino. No se sabe por qué uno se limita a buscar lo inmediato, pero cuando una de esas ideas nuestras, de esas que nos mandamos escritas en libros sin dedicatoria, cuando una de esas es respirada, no se siente un apelotonamiento en la garganta, no se siente un remoloneo circular en el estómago, sí se siente un dolor velado en el pecho como la noche, o un relajamiento vespertino de neuronas, una asociación de magnetos en la horizontal del cuerpo como rayas móviles que te cruzan desde abajo, lentamente, hasta dejar chispas en las orejas de la amiga que vino a visitarte el sábado a la tarde.
En vez de pensar las ideas, las respiramos, creo que es muy extraño que además estén escritas en los libros, pero es así, es como ella que permanece sin permanecer, que se encuentra sin despedirse, que se refleja en mares azules totalmente límpidos y tan extensos como una lámina de gotas en el suelo del baño. ¿Qué gotas son esas? Las que caen por afuera de la cortina, saltan de la ducha y no te dejan, no te dejan preguntar y no te dejan responder.
Yo debo ser igual aunque diferente, no sé, porque siempre nos confundimos en el otro, es una confusión de vestidos sin bombacha, de pelucas sin pelo y de flores sin planta, es una confusión de cortina de baño con un poco de moho marrón que no molesta. Pero hay una armonía nacida del caos y nadie sabe de donde aparece.
Como les decía, les quería explicar esto que es un misterio, como todo lo demás, el asunto del pi del carozo, ya hablamos de aceitunas pero no hablamos de la cáscara y eso me recuerda a Shakespeare: puedo ser el rey del universo sentado en una cáscara de nuez. Algo así era.
Viene ella y se sienta, el vestido le cae entre las piernas, tiene que haber piernas que llegan hasta el piso y tiene que haber manos que buscan el pi y el carozo y los buscan, y ya esto me huele a sexo. Así como las ideas se respiran, el sexo se huele, es mentiras que el sexo se ve, cuando lo vean desconfíen, huelan disfruten las emanaciones que sobrepasan el perfume, la sandía y el melón. Es así que muchos buscan el pi del carozo entre las piernas, dice ella.
Hace calor y la sonoridad de la caverna nos atrae, la atracción sucede como algo simultaneo, como música, otros timbales de corazones abiertos para introducirnos en la oscuridad y volver a una noche ancestral, única madre de todas las noches, madre de todas las madres, resonancias que vuelan, un solo cuerpo hecho de cuerdas vibrantes.
Estamos afinados, dice ella y es un piropo suelto sin vergüenza.
¿Cómo se sale de acá? Nunca se sale, porque esta es la noche en la que todo se ve. Y tengo que respirar como si en la pausa estuviéramos muriendo de sed. Sientan, allá las nubes forman espirales de remolinos y copos que pastan suavemente en las praderas del cielo, les pido que respiren eso con la sed de la falta y de la pérdida, como si el aire no existiera, esto no es tragar agua y ahogarse, no, es que el aire no existe y ni siquiera se puede imaginar respirar. Eso es, ahora sientan que respiran, llenos, llenos de eso que ya saben pero que igual van a seguir preguntando.
¿Qué hacer en caso de derretirse?
Sería cuestión de armar una ventana
y tirar allí la sombra/
des-sombrarse
no pertenecer a ningún cuadro mental,
ser o vapor o remo...